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ONELIFE #35 – Spanish

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Land Rover steht für höchste Allradkompetenz, umfassenden Komfort und anspruchsvolle Technik. Diesem Geländewagen ist kein Weg zu weit und keine Aufgabe zu schwer – getreu dem Slogan „Above and Beyond“. ONELIFE vermittelt Land Rover-Kunden genau dieses Gefühl von Abenteuer und Freiheit.

MEJORANDO LO PRESENTE U

MEJORANDO LO PRESENTE U N A S E G U N D A V I D A Crear un icono es una misión sumamente difícil, pero mejorarlo lo es todavía más. Dos proyectos se han propuesto, desde ópticas muy diferentes, dar un nuevo lustre a dos edificios de fama mundial. TEXTO S O N J A B L A S C H K E FOTOGRAFÍA: OLI SCARFF / GETTY IMAGES, DEPOSITPHOTOS 36

“TENEMOS LA OBLIGACIÓN DE CONSERVAR LA TORRE PARA QUE LAS GENERACIONES FUTURAS PUEDAN SEGUIR DISFRUTÁNDOLA”. Cuando se reconstruyó el palacio de Westminster después del incendio que lo devastó en 1834, los planos originales no incluían ninguna torre. El arquitecto decidió añadirla más adelante y así fue como nació la torre del reloj más famosa del mundo y el símbolo por excelencia de la capital británica: el Big Ben, así bautizado en honor a su campana más grande, de 13,5 toneladas, aunque en 2012 su nombre oficial pasó a ser Elizabeth Tower, cuando se cumplieron sesenta años de la coronación de la reina Isabel. El profundo tañido de Big Ben, a menudo descrito como "la voz de Gran Bretaña", se ha dejado oír a cada cuarto de hora hasta el pasado mes de agosto. Sin embargo, las campanas quedarán mudas durante varios meses mientras un equipo de restauradores e ingenieros se pondrá manos a la obra para modernizar con las últimas tecnologías la torre y su reloj. En relación con el proyecto de restauración de la Elizabeth Tower, un portavoz de la comisión de la Cámara de los Comunes manifestó a la BBC: “Tenemos la obligación de conservarla para que las generaciones futuras puedan seguir disfrutándola y para que esta obra de arte recupere el esplendor de antaño”. En lugar de bombillas, unos LED ultraeficientes iluminarán ahora las manecillas del reloj, cada una de las cuales consta de 312 paneles de cristal de ópalo. Además, se iluminarán en diferentes colores según la ocasión. En estos momentos, un grupo de expertos está analizando diferentes patrones de color para dar a las manecillas un toque todavía más vistoso. Otra de las mejoras será la instalación de un ascensor, para uso exclusivo de visitantes con algún tipo de discapacidad. Tal como manda la tradición, quien quiera subir hasta lo alto de la torre del reloj tendrá que subir sus 334 escalones. Ni más ni menos. Cruzando el charco, en Nueva York, otro mito está renaciendo de sus cenizas: detrás de su fachada de ladrillo rojo y sus balcones metálicos negros rebosantes de flores, el Chelsea Hotel recupera poco a poco su antiguo esplendor, de esos años en que Para poner los cimientos del futuro sin apartar la mirada del pasado hace falta valor y esfuerzo, tanto si se trata de modernizar el Big Ben de Londres como de actualizar el neoyorquino Chelsea Hotel. actores, músicos y artistas como Frida Kahlo, Leonard Cohen, Bob Dylan, Dennis Hopper y Andy Warhol se prodigaban por el hotel, convertido en esa época en un lugar famoso, no siempre por buenos motivos. Los arquitectos no escatiman esfuerzos para preservar la magia y la personalidad original del edificio que a tantos artistas sirvió de inspiración. Desde siempre, en el Chelsea las habitaciones de hotel han convivido con apartamentos de uso residencial (una quinta parte de sus ocupantes lleva décadas viviendo entre sus paredes). El nuevo propietario, Richard Born, que adquirió el Chelsea en 2016, es un enamorado de los hoteles boutique por su personalidad única. “Crear productos únicos es la mejor forma de fidelizar a los clientes y de evitar que se vayan al hotel de al lado simplemente porque cuesta cinco dólares menos”, asegura Born, que tiene las cosas claras: “Me encanta restaurar, porque las construcciones nuevas son demasiado asépticas”. El listón no podría estar más alto: cuando el Chelsea abrió por primera vez sus puertas en 1905 causó tal sensación que todo aquel distrito de Manhattan pasó a designarse con su nombre. Con un total de 250 habitaciones en doce plantas, era por aquel entonces el edificio más alto de Nueva York. Durante medio siglo, el hotel fue propiedad de Stanley Bard, un personaje único que aceptaba cuadros en lugar de efectivo como forma de pago y a cuyo alrededor se arremolinó una fiel parroquia de artistas. Aquellas obras de arte decoraron el vestíbulo hasta el cierre del hotel en 2011. A pesar de las obras, muchos de los veteranos vecinos del edificio han decidido quedarse para mantener vivo el Chelsea y aguardan impacientes la reinauguración, prevista para 2018, y la llegada de nuevos huéspedes. A fin de cuentas, las enriquecedoras charlas entre los inquilinos contribuyeron a forjar la leyenda de este lugar. “A su manera, todos eran artistas. Cuando nos trasladamos aquí, teníamos de vecinos a un miembro de una banda de punk, un músico de blues y un violinista”, comenta una pareja que lleva más de dos décadas felizmente instalada en una habitación de 20 metros cuadrados. “El Chelsea nos ha permitido vivir una vida bohemia”. Por extraño que parezca, para conservar las cosas a veces hay que cambiarlas primero. 37